viernes, 19 de febrero de 2010

ME DOY PERMISO PARA:


Me doy permiso no sólo para
perdonar a otras personas
sino también -y especialmente-
para sentir que soy perdonado
y para perdonarme yo mismo
mis equivocaciones.

Todos cometemos errores
infinidad de veces y,
en muchas ocasiones,
nos cuesta aceptar que los otros
ya no tienen en cuenta
nuestro error pasado
y que lo pasado, pasado está.

No nos permitimos aceptar
el perdón porque de esa forma
continuamos automartirizándonos
y dándonos importancia:
es una forma de hinchar nuestro ego
que nos cuesta realmente cara
ya que el autoodio y el autodesprecio
nos minan la salud, la energía,
la autoestima.
El autodesprecio boicotea
nuestras mejores posibilidades.

Decido relativizar
las cosas y las situaciones,
aceptarme como un ser no perfecto
y aceptar a los otros
con sus imperfecciones.
Perdono y olvido
-me quito cargas de encima-
y acepto el perdón
y el olvido de los otros
respecto a mis errores.

Dado el ideal de perfección en el que
fuimos educados, y dada la
imposibilidad de cualquier ser humano
para alcanzar un ideal tan exigente,
no existe un anhelo mayor
-más circulante en nuestras arterias
y más instalado en nuestros huesos-
que el de perdonar y ser perdonados.

Cuando mantenemos el resentimiento,
¿a quién estamos negando
el perdón realmente?
¡a nosotros mismos!
Es a nosotros a quien
no perdonamos porque no somos
capaces de asumir que, en algún
momento de nuestra vida, no fuimos
suficientemente fuertes o inteligentes
para impedir que nos hicieran daño.
Estamos irritados contra
nosotros mismos.
En consecuencia: perdonar
es sobre todo perdonarnos.

Aceptar el perdón y entregarlo
es aligerarnos la vida,
dejar de autoamargarnos
y autoreprocharnos;
es aceptar que todos
-¡también nosotros!-
merecemos una, dos, tres, cien
oportunidades más.


JOAQUIN ARGENTE
Este escrito está copiado del maravilloso blog SI,AQUI ESTOY


No hay comentarios:

Publicar un comentario